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La Revista de Puerto Montt
Turismo en Tenglo
Por Hector Cuevas Miranda
Como un acierto futurista , como una premonición , este Columnista Vanguardista de El Llanquihue ha expuesto en este relato una realidad latente que las autoridades puertomontinas aún no captan .
La Columna fué publicada hace muchos años.
En los milenios pasados barcos—islas navegaban hacia el Reloncaví, después de haberse desmembrado las tierras, en busca de su puerto seguro. Fueron quedando en diferentes distancias por los amores encontrados. Sólo una franja larga y angosta, como su país, quedó casi al lado, atracado en lo que hoy es parte del puerto, Angelmó y Chinquihue: la isla Tenglo. Vieja esmeralda al frente de la Perla del Reloncaví.
Y en las centurias lejanas debió haber sido montaña y bosque donde los nativos se levantaban con la frescura del viento sur y se acostaban bajo la tutela de la cruz del sur.
Hasta hace más o menos tres décadas al frente de Angelmó florecieron dos lugares turísticos: la Quinta Hoffmann, de clientela casi popular del curanto, los pollos arvejados, que se degustaban a los ritmos bailables de las parejas en el salón, y desde un camino agreste se podía ir a las pampas, cerros, bosques, siembras y observar el horizonte de aguas, cordillera y cielo. Y más abajo, la Hostería Hoffmann, donde se servían suculentas onces alemanas, ya en la casona, ya en el mirador hacia el pontón y los barcos activos en el canal. Y por donde se iba al grandioso parque con su silencio y bello pasadizo entre los arbustos compactos y motudos y por grandes árboles centenarios por donde se podía trepar al plano de los cerros.
Hasta la década del cuarenta en la Puntilla hubo otra quinta medio popular de don Chano Pérez, quien hacía flamear banderas de distintos colores según las comidas. Y en el sector de capilla Lourdes estaba la Quinta García.
La isla en todo su borde playero permitía a los bañistas, a las familias que iban a hacer almuerzos distintos, asistir durante los días en el verano. Incluso en la puntilla por donde está la cruz, las aguas llegaban haciendo un solitario y romántico paraje. Hoy día las costas están desiertas. Epoca bella que ya se fue.
Cuando uno está al lado "de atrás" de la isla, piensa y siente que toda la belleza panorámica y de la propia playa ya rocosa, ya arenosa en una hermosa explanada, ¡ya la quisieran tener los yanquis, canadienses, suizos, alemanes! Harían progresar y hacer turismo. Uno se imagina que carritos de los campos de golf pudieran circular por la playa, la costa encementada o asfaltada. ¡Pero no, seguramente, las playas y espacios de mar están con las alambradas para el trabajo propio de los últimos tiempos! Este sector isleño debe ser más descubierto para y por los turistas y por los mismos puertomontinos. La belleza, la tranquilidad para el descanso están allí. Falta gente creativa, dinero, sentido turístico y no afán de ganar bastante. En la Puntilla faltan buenos y atractivos negocios por su misma gente, tal vez. Falta una subida mecánica o peatonal en tramos zigzagueantes.
No hablemos de empresa privada, sino de particulares que deben aclarar el panorama espiritual y material del turismo popular o selectivo.
Transcrito desde una inserción efectuada en Altaluz impreso que traspasamos de nuevo ESTA VERSIÓN ELECTRÓNICA DE
J E R J E S
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